Existente en época musulmana, el Castillo de Monturque fue conquistado por Fernando III el Santo en el año 1240 y a partir de entonces hubo períodos en que perteneció a la corona y otros a la nobleza, de lo que hay temprana constancia en 1273, cuando la mitad de la torre de Monturque fue otorgada por Martin Sánchez, adalid, y su mujer, doña Munia, a su nieto Lope.

Formó parte del señorío de Aguilar desde 1377, en que fue entregado por Enrique II a don Gonzalo Fernández de Córdoba, lo que supuso la vinculación a esta familia durante siglos.

Las referencias históricas para conocer el origen de la fortaleza son muy escasas, pero ya al-Isidri afirmaba que constituía un hins o hábitat fortificado en altura. Más tarde, en los siglos XIV y XV aparece con bastante frecuencia asociado el nombre de la población al término Castillo o Torre, por lo que la presencia humana en Monturque debió estar reducida a su importante Castillo hasta que a finales del siglo XVI comienza a citarse como villa o lugar.

Los restos que han llegado a la actualidad permiten adivinar un trazado rectangular constituido por tres muros que en cada uno de sus encuentros presentaría una torre. Concretamente se conserva la del vértice más meridional que tiene planta pentagonal.

La parte superior de esta cerca se encuentra prácticamente al mismo nivel de la superficie sobre la que se inicia el arranque de la torre exenta del recinto y a unos 3,5 m. de profundidad de su base. Esta hondura induce a pensar que tales estructuras fueron construidas para albergar el sótano y otro tipo de instalaciones subterráneas. La muralla tiene 2 m. de anchura y en algunas zonas presenta cliptogramas. Estos signos lapidarios servían para identificar el trabajo de los canteros que las hicieron para su posterior retribución. Abundan las figuras geométricas en X, pero también se aprecian otros signos parecidos a la letra f y al número 4 en posición contraria. Desde luego se trata de marcas cristianas, en absoluto musulmanas, que también aparecen en otros castillos cercanos y en las primeras iglesias cordobesas levantadas tras la reconquista, por lo que podría deducirse una datación de estos muros en los siglos XIII y XIV.

El vestigio más completo conservado hasta hoy, gracias a que ha sido restaurada, es la Torre del Homenaje, que se alza en el centro del Patio de Armas. De planta cuadrada, se trata de una sólida construcción de mampostería enripiada por hiladas y refuerzo de sillares en los ángulos que dan al conjunto una mayor estabilidad y solidez. La Torre presenta tan solo dos perforaciones en los muros: la puerta, en forma de arco apuntado con sillares resaltados, restaurados en su totalidad y de la que ignoramos si era la puerta natural de la construcción, y la ventana que hay justamente encima de ella, que sí conserva en su mayor parte los sillares primitivos, constituyendo unas jambas y dovelas de extraordinaria fortaleza. Casi en el coronamiento de los muros aparece el matacán corrido que apea en ménsulas constituidas por dos molduras en bocel y dos filetes alternados y en gradiente.

El interior se compone de dos salas, con bóvedas de ladrillo por aproximación de hileras, unidas mediante escalera. Dentro de su sobriedad, esta Torre del Homenaje era la mejor acondicionada para albergar a sus huéspedes que, probablemente, sólo pasarían aquí estancias cortas, pues no está adaptada para alojamiento con caracter permanente. Aún así es posible que sirviera de residencia al alcaide de la Villa.

Esta Torre está documentada al menos desde el año 1273, lo cual no quiere decir que no sufriera con el tiempo reparaciones y añadidos, tanto en el interior como en la parte superior de la misma, cuya cornisa realizada con sillares y modillones recuerda a otras de finales del siglo XV.

Junto a esta Torre fue descubierto un muro de tapial y lo que se ha supuesto que era la base de un torreón defensivo con muros de sillarejo, que han sido considerados como los restos más antiguos de toda la fortaleza y de origen Omeya, tanto por el tipo de tapial, como por los restos de cerámica empleados para darle consistencia. Existe una infinidad de fórmulas y posibilidades combinatorias de los elementos que integran el tapial, por lo que es muy dificil una identificación o posible reconstrucción.

En el interior del recinto se localiza una Cisterna Romana del tipo "a bagnarola". Está excavada en la tierra y posee mampuestos adosados y enlucido impermeabilizante. Este tipo de cisterna, de uso preferentemente doméstico, ubicada generalmente en el subsuelo de patios o habitaciones, tuvo gran difusión en todo el Mediterráneo Occidental durante la Época Romana

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